Freddie, conoce a Freddie.
Fue agotador. Fue emocionante. Fue glorioso.
Fue Fred-die, Fred-die, Fred-die, para siempre.
Repitiendo la historia, estremeciendo el Ravine y ganando lo imposible, Freddie Freeman lo hizo de nuevo para los Dodgers, conectando un batazo que en un segundo octubre consecutivo podría valer otro campeonato.
En la entrada 18 del juego más largo en la historia de la Serie Mundial, el lunes, casi siete horas después de comenzar, Freeman lo terminó de manera espectacular con un jonrón solitario contra los Azulejos de Toronto para darle a los Dodgers una victoria de 6-5 y una ventaja de dos juegos a uno.
Hace un año, había conectado un grand slam con el que los Dodgers ganaron en extra innings a los Yanquis de Nueva York y terminaron coronándose campeones. Entonces lo comparaban con el legendario jonrón de Kirk Gibson en 1988. Esta vez, solo puede compararse consigo mismo: un jugador que estaba pasando por un mal momento en la postemporada, al punto que tanto Shohei Ohtani como Mookie Betts fueron pasados intencionalmente antes de enfrentarlo.
Tres veces, en entradas extras, tuvo la oportunidad de definir el juego. Tres veces dejó corredores en base. Pero, finalmente, Freddie volvió a ser Freddie: mandó la pelota por encima del jardín central, levantó el puño derecho al aire y observó cómo sus compañeros corrían, gritaban y celebraban con una alegría inédita en esta postemporada.
“Uno nunca imagina que algo así pueda repetirse”, dijo Freeman. “Que vuelva a pasar es increíble, una locura. Solo me alegra que hayamos ganado”.
Nadie parecía más feliz que Ohtani, quien dejó la celebración para correr al bullpen y abrazar a Yoshinobu Yamamoto. A pesar de haber lanzado un juego completo dos días antes, el japonés se preparaba para volver a lanzar, ya que los Dodgers se habían quedado sin brazos disponibles.
Fue una noche insólita. Hubo dos “séptimos innings” de estiramiento, los umpires casi se quedaron sin pelotas, y hasta Vladimir Guerrero Jr. comía en el dugout.
“Es uno de los juegos más grandes en la historia de la Serie Mundial”, dijo el mánager Dave Roberts pasada la medianoche. “Emocionalmente estoy agotado. Y tenemos otro juego más tarde hoy, lo cual es una locura”.
Cuando Ohtani regresó al dugout, sus compañeros lo empaparon de agua. Era lógico: había sido el protagonista absoluto de la noche.
Abrió el juego con un doble automático. Luego conectó un jonrón en la tercera entrada para dar ventaja 2-0 a los Dodgers. Después impulsó una carrera con otro doble en la quinta, y empató el juego 5-5 con otro cuadrangular en la séptima.
A partir de ahí, su aura fue aún más descomunal.
Cuatro veces entre la novena y la decimoquinta entrada, Ohtani recibió base por bolas intencional —una quinta vez en la decimoséptima—. Dos veces con bases vacías. En una ocasión tuvo que detenerse en segunda por calambres en las piernas. Fue una locura.
Imaginen a un jugador tan peligroso que lo envían a primera base de manera intencional cuatro veces en plena Serie Mundial. Inimaginable. Pero eso es Ohtani.
“Es un unicornio”, dijo Freeman. “Ya no existen adjetivos para describirlo”.
Hace 10 días, Ohtani había conectado tres jonrones y ponchado a 10. Lo del lunes fue casi igual de impresionante, solo que esta vez en la Serie Mundial, empatando un récord de cuatro hits de extrabase en un solo juego que databa de 1906.
Y sí, volverá a lanzar el martes en el Juego 4. Para cuando termines de asimilar esto, quizá ya lo haya hecho otra vez.
“Esta noche, nuestro abridor llegó a base nueve veces”, comentó Freeman maravillado.
Ohtani fue tan bueno que incluso superó los errores del equipo: malas corridas, fallos defensivos y decisiones dudosas del mánager.
Los Dodgers dejaron la carrera del triunfo en base en la novena, décima, undécima, decimotercera, decimocuarta, decimoquinta y decimosexta entrada. Y realmente debieron haberlo ganado en la decimotercera, cuando Roberts sustituyó inesperadamente a Kiké Hernández tras un doble de Tommy Edman. Miguel Rojas lo adelantó a tercera, pero ni Alex Call ni Freeman pudieron traerlo al home.
Fue solo una de las muchas jugadas que pudieron cambiar la historia de un partido donde los Dodgers tomaron ventaja 2-0, luego quedaron 4-2 abajo, empataron 4-4, volvieron a irse abajo 5-4 y empataron otra vez en la séptima. Nadie habría imaginado que el marcador se mantendría igual por once entradas más. Los Dodgers dejaron 18 hombres en base y batearon apenas dos de 14 con corredores en posición de anotar.
Max Muncy se fue de 7-0. Mookie Betts, de 8-1. Freeman, de 7-2.
“Curioso cómo funciona este juego, ¿verdad?”, dijo Freeman.
El tiempo oficial del encuentro fue de 6 horas con 39 minutos. No tan largo como para olvidar las palabras del actor Jason Bateman en la ceremonia previa: “Los Dodgers no han ganado una Serie Mundial en casa desde 1963”.
Dos triunfos más, y finalmente podrían hacerlo otra vez.
Después del doble triunfo del lunes, es difícil creer que no lo lograrán.





